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Back Documentación "El show de Gary" de Nell Leyshon

Una performance de redención
Por Paula Corroto (letraslibres.com, 2016)

Si a Nell Leyshon (Glastonbury, 1960) le hubieran dicho hace treinta años que sus novelas serían aclamadas en España no se lo creería. En esa época vivía en el país y, por entonces, ni siquiera se dedicaba a la literatura. El pulso creativo llegó más tarde, y lo hizo con fuerza: a comienzos de la pasada década obtuvo varios premios en Inglaterra por sus primeras novelas – aún no traducidas al español– y se convirtió en la primera mujer en escribir una obra para el Shakespeare Globe Theatre. Novelista y dramaturga en una misma voz, poco después desembarcaba con Del color de la leche, publicada por Sexto Piso, una historia sobre una niña analfabeta en el siglo XIX que aprende a leer y escribir a través de la Biblia. Fue una bomba: varias ediciones y el premio del Gremio de Libreros de Madrid en 2014. Y Leyshon regresó a España.

Estos últimos días, esta escritora de ojos vivarachos y pícaros –un rasgo físico que se puede extrapolar a su escritura– ha estado en Madrid, Barcelona, Albacete y Pamplona presentando su última novela, El show de Gary (también en Sexto Piso). Como sucedía con la niña Mary de su anterior libro, ofrece al lector un personaje lleno de carisma, seductor; una figura a la que se puede odiar y desearla al mismo tiempo: un ladrón, frío, sin ninguna empatía, pero a la vez atractivo, divertido, peligroso. En definitiva, sexy. Y su creadora  no esconde que este tipo de personas le fascinan. Son su reto como novelista. “Si no tengo algo difícil entre manos me aburro y lo dejo”, confirma mientras toma un café en una cafetería de Madrid. Allí me esperaba mientras leía el último libro de Elena Ferrante, que la tiene enganchada. Y también observaba. “Muchas de las historias que escribo salen de observaciones. Me suelo ir a los cafés y mirar a la gente. Mi vida es como una clase de psicología continua”, desvela.

Y, en este caso, Gary es real. Es un hombre de ojos azules que existe. Leyshon lo conoció mientras impartía un taller de escritura creativa en una prisión. Acudió allí durante diez años y se cruzó con drogadictos, ladrones, delincuentes de todo pelaje, pero a la vez, personas que querían volver a la sociedad, que buscaban algún tipo de redención. “Eran unos outsiders, todos los que estaban fuera del sistema, pero allí había muchas historias y era inevitable que contara una de ellas”, dice. Y también había que redimir a Gary, al menos en el relato de ficción. “Es que yo eso lo he visto: la gente puede cambiar”, añade.

Como domina la técnica de la novela y la dramaturgia, Leyshon fue creando una especie de performance narrativa con Gary. Una historia de vida que empieza en la niñez del personaje en un Londres sesentero pero en el que no tocan Los Beatles ni hay flores ni luces de colores. Gary vive con su madre alcohólica y sus hermanos. Ve a su padre cuando este sale de la cárcel. Una familia que hoy llevaría la etiqueta de desestructurada. “Así había sido la infancia de las personas que traté en la cárcel. Ninguna había tenido una niñez normal, segura. La mayoría de los problemas que tenemos de adultos proceden de nuestra infancia”, explica.

Barriada en Salford, Manchester. Años 60

Esta historia de educación sentimental no es agradable. Palpita una crudeza constante. No hay amor, compasión, amistad, solidaridad y sí muchas drogas,sexo desapasionado y colocado. El lector se imagina a los personajes delgados con el rostro que deja la heroína. Y, aunque no lo explicita en la escritura, también se pueden escuchar de fondo a Joy Division, Sex Pistols, o los Clash. Pero nada es cool. “No, no lo era. En los ochenta había muchísimas drogas… Aquello para mí fue el comienzo del capitalismo extremo del que ahora estamos extrayendo las consecuencias. Parece que hemos vuelto a la época victoriana, con muchas más diferencias entre ricos y pobres”, indica. En este aspecto, la historia de Gary se asemeja a la de los personajes de Irvine Welsh en novelas como Trainspotting o los relatos de Acid House, pero Leyshon le imprime mayor lirismo. Si Welsh pone al lector frente a la cucharilla y el mono del heroinómano, y incluso le da un toque atractivo, la escritora opta por sugerir los ritos de la adicción, se centra en las consecuencias dramáticas para Gary, su familia o su pareja y elimina todo ingrediente cool.

Protagonistas de la versión cinematográfica de “Trainspotting” (Danny Boyle, 1996)

El show de Gary sí recuerda mucho a los guiones de Mike Leigh o Ken Loach. El drama de los británicos, con ese alcohol destrozando las vidas, con esas familias que hacen mucho tiempo que dejaron de serlo. Lo que allí se denomina ‘pornografía de los pobres’. Lo curioso es la visión que tienen los británicos del asunto:  “¡Es divertido! Porque es todo lo contrario a Downton Abbey. Es cierto, somos un país de excéntricos, somos luchadores y muy bebedores, y hay cosas muy buenas: en Inglaterra puedes  escribir lo que quieras y como quieras. Somos una sociedad abierta, liberal. Hay muchas diferencias entre la sociedad británica y la española, y tiene que ver con los años que ya llevamos de liberalismo”. Ese liberalismo parlamentario que después se entremezcla con pelucas de lords y con una pasión desmedida por la familia real. “Sí, tenemos nuestras contradicciones”, concede Leyshon.

Gary queda libre al final también –no hay spoiler, el lector lo sabe desde el principio. Libre de su vida de ladrón, delincuente y drogadicto. Y da pena despedirse de él. Para la escritora también fue triste. “Me gusta mucho ser otra persona. Y con las novelas, al contrario que con las obras de teatro, donde trabajo con 6-10 personajes, puedo dedicarme por entero a uno solo. Es como una cárcel, pero no puedo dejar de contar la historia y convivir con el personaje”, sostiene Leyshon. Hasta que vuela y, en este caso, se redime.

Nell Leyshon (Foto: La Razón)

Ladrón con destino
Por Laura Galarza (pagina12.com.ar, 2016)

Después del éxito de Del color de la leche, una nueva novela de la dramaturga inglesa Nell Leyshon vuelve sobre la posibilidad de torcer un destino desolador. El show de Gary sigue la vida de un joven ladrón y estafador apto, sin embargo, para reconvertir su vida.

Comienza lo más cerca del final que puedas, es un viejo consejo para escritores. Y una de las claves que hacen del El show de Gary un libro eficaz. De entrada se sabe que lo que empieza mal, terminará bien. Eso promete Gary –ladrón y estafador– mientras en las primeras páginas del libro mete mano en el bolso de esa chica en el bar, para luego ir al baño, tirar sus documentos en el inodoro y quedarse con su dinero con el que luego la invitará a una copa. Siguiente escena: Gary ahora vive en una casa frente al mar, el agua le moja los pies mientras ve venir a su hijo hacia él. “Ya no soy el mismo”, dice. “La gente cambia. Todos cambiamos. Pero no hablo de cambios en el trabajo que tengamos, la familia que tengamos o donde vivamos. Los cambios de los que yo hablo son más profundos.”

¿Se puede dar vuelta un destino miserable? ¿Alcanzan el bien y el mal para definir al mundo? ¿Es posible amar a alguien y a la vez dañarlo? Enigmas que se adhieren como abrojos mientras se lee El show de Gary y que pueden tomar desprevenido al lector. En primer lugar por un título y tapa donde un hombre de smoking parece ¿bailar? con un bastón. También por la voz desfachatada con que Gary se dirige al lector. “No hay una sola vida en este mundo que no tenga zonas oscuras. La tuya las tiene. La mía las tiene. Pero no nos vamos a regodear en la oscuridad. Nosotros, tú y yo, tenemos un acuerdo”. Esa voz magnética de yo a yo, que habla con palabras simples pero lúcidas, y este tácito acuerdo de igualdad que incomoda (¿De qué lado estás?) a la vez seduce al lector y lo deja nadando entre la risa y el desconcierto.

“La historia de Gary está inspirada en uno de los chicos a los que di clases en la cárcel y que ahora es mi amigo. La vida de la gente normal es aburrida y predecible. Cuando yo trabajaba con gente marginal, nunca sabía qué iban a decir. A la pregunta “¿cómo estás?”, la mayoría responde: “Bien, gracias”. Pero ellos te podían decir, sin esperarlo: “Ayer vi a mi hija por primera vez en 15 años”. Eso dice Nell Leyshon, una dramaturga multipremiada en Inglaterra que durante más de diez años, enseñó escritura creativa en cárceles, hospitales y psiquiátricos. En 2010 se convirtió en la primera mujer que escribió para el Shakespeare´s Globe Theatre de Londres, el cual llevaba 400 años cerrándole las puertas a la creatividad femenina. Su nombre comenzó a sonar en España en 2014, cuando su novela Del color de la leche fue elegida como la mejor novela del año por el gremio de libreros de Madrid y ya va por la octava edición. Aquella novela contaba la vida de una niña nacida con un defecto físico en una pierna, que logra escapar de su oscura familia cuando es enviada a trabajar como criada y aprende a leer y escribir. Aquella primera novela de Leyshon tiene puntos de coincidencia con El show de Gary: vidas destinadas a lo peor y que sin embargo, y sin ayuda de nada que no provenga de la fuerza interior (lo que viene de afuera es violento, patético y desolador) se reconvierten.

Familia en suburbio de Manchester. Finales años 60

Gary es un niño inquieto. Su padre llega borracho a casa, sube las escaleras y va directo a su cuarto a pegarle una trompada porque sí. Su madre toma cerveza frente al televisor mientras mira novelas. Gary sale a los baldíos de alrededor de la casa, se mete en las tuberías que hay al aire libre y desde ahí dispara a un enemigo imaginario. El padre lo lleva a robar cuando tiene diez años y ese día es la primera vez que su padre “lo toca sin pegarle”. Porque el hijo pudo hacerlo mejor que su padre, porque es tramposo como él pero más dotado. Así es que unas horas más tarde el padre deja a Pichón, el perro (casi el único objeto amoroso que tiene Gary hasta que llegue a conocer en los años venideros a su novia Mandy) al borde de la ruta. El padre desoye los gritos de su hijo, los dos metidos en la camioneta destartalada. “Puedo sentir cómo me transformo mientras avanzamos. Puedo sentir cómo se hace más denso.” A partir de ahí la vida de Gary correrá por un doble carril gozosamente adictivo para el lector. Por un lado su carrera para convertirse en un Robin Hood de guante blanco, un as en apropiarse las cosas de los otros. A la vez, irá cayendo en un pozo cada vez más oscuro. Aunque en esa caída, que incluye drogas y lo que sirva para la degradación del cuerpo y del alma, nunca olvida al lector. Abre su alma para que se lo conozca por dentro y profundamente como en una visita guiada por él mismo. Tanto, que casi puede palparse el interior de Gary como él es capaz de ver el interior de esas casas ajenas en las que se mete. Lo que le pasa por su cabeza con una claridad que ilumina lo más oscuro. “En ese mismo minuto en el que eres alguien en un lugar en el que no deberías estar, mientras tus dedos tocan las cosas de otro y sabes que podría oírse una llave en la cerradura, abrirse una puerta, unos pasos entrar en la habitación, en ese minuto lo sientes por todo tu cuerpo. Estás vivo. Es como si todo este mundo no existiera y hubiésemos vuelto al lugar de dónde venimos. Soy yo contra todo.”

Fotograma de “Trainspotting” (1996)

El show de Gary combina un ritmo de thriller policial con un monólogo interior de una intensidad conmovedora. “No miro atrás. Me abro paso por el andén a codazos y empujones. Cruzo el túnel. Subo corriendo por las escaleras mecánicas. No mires atrás. Pase lo que pase no mires atrás.” La vertiginosidad que toma la vida de Gary se siente en el cuerpo al avanzar el libro. Su voz es potente, honesta. Y oscuramente divertida.

Nell Leyshon y el placer de escribir en primera persona
Por Liliana Martínez Polo (eltiempo.com, 2016)

El show de Gary es el título en español de la novela que la británica Nell Leyshon tituló en inglés ‘Memorias de un carterista’ (‘Memoirs of a Dipper’). En su idioma explica la esencia de la historia. En español hace énfasis en la forma en que es contada. Gary podría estar frente a una audiencia contando cómo sus manos ligeras eran capaces de quedarse con los valores de cualquier desprevenido en el Londres de finales del siglo XX, ufanándose de haberse perfeccionado hasta convertir su oficio en un arte.

Leyshon, que continuamente ha manifestado que prefiere historias de personajes marginales, explora el encanto que puede tener un ingenioso maleante como Gary. La primera persona la hace sentir cómoda, ya la había usado en el personaje de Mary –una campesina adolescente que aprende a escribir, en 1830, y plasma en un texto recuerdos familiares y tristezas–, en Del color de la leche, su anterior novela escrita en el 2012, que presentó en Colombia, en el Hay Festival.

Dos monólogos. Diferentes épocas y, por tanto, diferentes lenguajes. Leyshon admite que trabaja duro para que sus personajes sean diferentes, para cambiar la forma de narrar. “Escribir dos novelas similares me aburriría muchísimo. No representaría para mí un desafío”, le dijo a EL TIEMPO en un español que aprendió durante una breve temporada en España y que esta semana ha tenido que retomar, ya que viajaba al Hay Festival de Arequipa (del 8 al 11 de diciembre).

Meterse en las voces de otros parece ser su fortaleza. De hecho, escribir para Leyshon es justamente eso: “Para mí es sencillo escribir como si fuera otra persona. Es como un escape navegar dentro de mi personaje. Es como ir por la calle con otra música. Todas las personas en las calles tienen voces diferentes y eso me encanta. Es algo parecido a lo que pasa con los niños, que juegan a ser otros en sus juegos. Cuando tenemos más años es más difícil jugar así. Para mí es una cosa fantástica”.

Eso explicaría su relación con el teatro. Su nombre siempre va precedido con la frase de haber sido la primera autora mujer en haber puesto una de sus obras en el cartel del Shakespeare’s Globe (Bedlam) y tiene otras más. “Si quieres escribir para teatro –dice al respecto–, tienes que ser a la vez muchas otras personas. Si en una obra tienes 10 personajes, el escritor tiene que meterse en la piel de todos ellos, en la mente de cada uno”.

Shakespeare Globe

¿Fue primero dramaturga o escritora de novelas?

Primero fue la literatura. Pero cuando escribo novelas, me gusta escribir diálogos. Por eso tenía tantos problemas con los libros. La gente cree que llegué a los 40 años sin escribir libros. Pero escribía desde antes. Pero antes no sabía que podía escribir para mostrarlos.

Siempre quise escribir novelas, mucho antes de empezar con el teatro. Ahora lo que hago es escribir para radio. En la BBC hacemos una cosa que no es propiamente teatro, tampoco es novela, es como una mezcla. Tenemos obras cada día, unas son fantásticas, otras son horribles. Así es cuando se trabaja a diario.

Se siente esa necesidad de llevar sus textos a una lectura o interpretación en voz alta...

Estoy escribiendo ahora un monólogo para mí, lo voy a interpretar yo misma el año que viene. Es un trabajo con un poquito de peligro que lo hace interesante, es otro desafío, algo que no he hecho.

Gary, el protagonista de su nueva novela, también cumple con uno de sus intereses: el gusto por los personajes marginales...

Trabajé con personajes así durante diez años (la autora hacía trabajo social) y encontré muchas historias interesantes. El libro está inspirado en mi trabajo con ellos. Era una cosa fantástica oír sus historias de vida. Entre ellos había personajes con un tinte un poquito malo que me impulsaban a trabajar como escritora. Escribía sus historias en novela y poesía. Muchas de estas me dieron las ideas para escribir esta novela.

Lo más divertido a la hora de escribir esta novela fueron los diálogos. El diálogo de los hombres malos tiene, para la literatura, una lucidez que no es pesada.

London Underground. 1980

Sería, quizás un reto, hablar de personas del común...

Para mí es importante entender que cada persona tiene un mundo y el derecho de hablar. Las voces de personas diferentes son importantes para mí, porque me suenan diferente, por sus puntos de vista que no son los míos y porque no me aburren. Las personas marginales son interesantes cuando hablas con ellos por esa diferencia.

Por ejemplo, hace unos días fui a las tiendas y encontré a unos habitantes de la calle. Me contaron experiencias interesantes y también divertidas. En cambio, si hablo con una persona normal, la conversación es predecible: el clima, el tiempo, Inglaterra, el ‘brexit’, el gobierno. Pero con una persona de la calle surgen otro tipo de experiencias. Entonces no me interesan las personas que llamamos normales. Me interesan otros puntos de vista que no están entre las personas educadas y sofisticadas.

London Poll Tax Riots. 1990

Hay una constante en la novela: Gary parece culpar de su mala vida al ejemplo dado por su padre, pero a medida que avanzan las páginas va descubriendo que no es una causa o una culpa única...

Ese siempre ha sido un debate, si la gente nace o se hace. No sabemos a ciencia cierta de quién es la culpa o la causa de lo que es o hace un individuo. Si la causa es la familia, el contexto o lo genético. Lo más que se puede hacer para intentar estudiarlo es ver el desarrollo de un par de mellizos, y aun así no habría respuestas. Y el libro tiene mucho de esta realidad sin respuestas: hay un padre y un hijo y nunca se saben las verdaderas causas.

Dice que empezó a escribir más temprano de lo que anuncian las reseñas. ¿Por qué tardó en publicar?

En realidad, empecé a escribir a los 30. Pero solo tenía un hijo y quería dos. A los 32 tenía un bebé y tenía que escribir con él sobre las piernas, era difícil. Me quedaban dos o tres horas cada día. Después tenía dos y un trabajo. Y por otro lado, quería escribir siempre mejor. Así que durante muchos años escribí sin mostrarle mi trabajo a nadie. Mi primer libro salió cuando tenía como 40 años. Me tardé porque mostré mis libros solo cuando los hice mejor. Los de antes no me gustaban.

Es muy importante aprender a escribir. Es más complicado de lo que se cree. Quería entender muchas cosas sobre la escritura antes de mostrarlo. Ahora sigo queriendo entender cosas.

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